jueves, 9 de septiembre de 2010

Epílogo

Hace seis meses escribí en el aeropuerto CDG una última entrada para este blog que nunca llegó a publicarse. Los motivos no fueron otros que las ganas que tenía de dejar atrás esos meses en París. Si hubiera habido conexión wi-fi gratuita en el aeropuerto lo habría publicado en aquel mismo momento pero como Internet sigue pareciendo un lujo allá donde voy, me ahorré los euros y con él, la última entrada, ya que, al llegar a Madrid, no volví a encender este portátil salvo alguna vez contada y necesaria. Está hecho mierda, tal cual acabó a finales de marzo.

Estamos en Septiembre y por desgracia, este último mes de Agosto y este comienzo de “Dancin’ in” también ha sido bastante penoso por razones que no vienen al caso pero también es cierto que los meses de prácticas en Madrid fueron buenos. No estudié, claro, y pasaron volando. Es martes, el sábado volví a París después de un par de sacudidas emocionales, me vi en un autobús de Air France cruzando de noche la ciudad porque, como siempre, el vuelo se retrasó y llegué cuando ya no había luz natural. La combinación de sensaciones fue tan brutal que me dejó tocado. La maravilla monumental y eterna de la ciudad se me presentó, una vez más, cuando pasé por Les Invalides y crucé el puente de Alejandro III mientras recordaba las noches de viernes a las tres de la mañana haciendo la colada, las mañanas de Domingo estudiando y el miedo a que cualquier persona me dirigiera la palabra y no pudiera comprenderla. Literalmente, empezó a dolerme la piel, como cuando uno tiene fiebre y el simple hecho de no estar flotando en el aire le duele allá donde hay contacto.

Qué bien huele el Armani Code que he probado en la tienda, sin embargo he sido fiel a mí mismo y hasta que me harte, he vuelto a comprar un frasco de Aqua Di Gio (si alguno más me va a copiar la colonia, esperaesperaespera: Hijo de Puta. Ya), que es lo mío.

Pasé el Domingo visitando París, el mío, el de mis paseos. Me bajé del Cercanías en Chatelet y di un paseo por la in…

…acaba de sonar una explosión, o algo similar en la terminal. Nos hemos quedadot odos flipando. Yo estoy de espaldas y si no veo a la gente correr por su vida, paso de levantarme, estoy demasiado cansado.



Parece que todo vuelve a la normalidad, al menos la megafonía sigue tal cual y la gente vuelve a moverse. En fin, a lo que iba. Me di un paseo por la inmensidad vertical de San Eustaquio, esa catedral desconchada que llega a la Luna pero que por algún motivo se empeñan en llamarla iglesia. Giré y volví a pasar por el luminoso del Sam Spade parisino y comprobé que el Pont Des Arts está mucho más cargado de hierros, los turistas veraniegos y su romanticismo globalizado lo están sobrecargando de candados. Crucé el patio de El Louvre y vi que las colas de Verano para entrar en la pirámide de cristal no tienen nada que ver con las de Otoño e Invierno, más si cabe, un primer domingo de mes cuando la entrada al museo es gratuita. Crucé Las Tullerías, subí por la Rue Royal, volví a entrar en La Madeleine, subí por su boulevard y el de los Capuchinos para pasar delante de mi Old England y quedarme un rato mirando la fachada del Palacio Garnier, la Ópera. Pensé en tomarme un chupitazo de Luis XIII pero lo descarté porque esas cosas si se hacen, tienen que ser en compañía para disfrutar verdaderamente del momento y luego chocar un Cognac Five! Bajé y entré en el Louvre dando una mano a Maria Callas y la otra a Luciano Pavarotti, después de comer y tomarme un café. Estuve poco tiempo, poco más de media hora y visité de nuevo, a mis damas. La Victoria de Samotracia, La Giocconda y La Venus de Milo. Le di a la Mona Lisa la oportunidad de darnos placer mutuamente mirándonos mientras escuchaba el Casta Diva, en un estado de éxtasis que me llevó a apreciarla con una cara casi malvada y no la relajada habitual que todo el mundo ve. Odio a la gente que llega, se hace una foto y se va, los odio, igual que odio a la gente que resopla cuando escucha el nombre de Platón. Putos pedazos de carne. Y aunque ella, esa pequeña mujer que a tantos atrae, la considere casi mi pareja (sic), hay otra, muy cerca, a la entrada de su sala, que siempre será mi amante. También de Leonardo, ese retrato me parece lo más fascinante que existe. Salí del Louvre y paseé por la rivera del río junto a Moustaki hasta llegar a Notre-Dame. Entré en ella con mi séquito de monjes de Silos y pasé unos cuantos minutos sentado disfrutando de ese espacio que no sé cuándo podré volver a pisar.

Entré, por supuesto, en Shakespeare&Co. y compré por supuesto, libros preciosos. Di un paseo por la Ile de la Cité y por la Ile de St. Louis y caminé por la rivera derecha, de nuevo hasta la plaza de la Concorde para coger el metro un par de estaciones y subir los Campos Elíseos una última vez.

El lunes estuve ocupado entre universidad y cenar con mi jefe. Mi maravillosa suerte hizo que mi garganta se fuera estropeando por la tarde cada vez más hasta acostarme con mucho dolor y sin apenas voz. He dormido fatal, he sudado la sopa de cebolla que cené y me he despertado y he salido pitando del hotel con unas prisas del infierno porque esta mañana era el examen final para acabar con la pesadilla de estudio parisina. Me tomé un café penoso con mi jefe en el bar, por llamar de alguna manera a ese tugurio, que hay al lado de la universidad. Y apenas sin voz y, sorprendentemente sin ningún nervio, les solté mi parrafada en inglés con una voz mezcla de Tom Waits y Leonard Cohen, forzándola tanto para que me pudieran escuchar que desde esta mañana tengo dolor en el pecho por el esfuerzo. Salió bien, incluso con todos los contratiempos imaginables, unos aquí contados y otros no. Salió bien o más bien lo hice bien, qué coño. Aunque he de decir que con un empujoncito de mi jefe, que es un buen hombre. La francesa que me juzgó se sorprendió por mi “madurez”, no te jode, llevo nueve años estudiando, soy un viejo, si a estas edades ya no empiezas a estar maduro lo llevas algo jodido, me parece a mí.

Recojo la maleta en el hotel, me como una triste bolsa de patatas en el hall y me voy a Orly pasando por delante y a propósito por mi antiguo hogar. Llego a Orly y por la huelga han cancelado mi vuelo. Algo más tenía que pasar, los gabachos no iban a dejar que me fuera sin poder hablar pero con una sonrisa y el dedo levantado. Me mandan desde el puesto de Air France a otro vuelo tres horas más tarde al CDG. El autobús Orly-CDG, 19€, lo pago yo. Y aquí estoy, después de comerme un bocata de atún y ensalada, que creo que fue lo primero que comí en París y espero que sea lo último. Después de ver un par de capítulos en el portátil, paso el control y me dedico a pasear por las tiendas Duty Free, donde compro mi colonia y bombones. Me encantaría estar forrado para poder entrar sin problemas en Hugo Boss y Hermes pero no es posible. Tienen cosas horribles y horteras, pero otras verdaderamente elegantes y bonitas. Cuando me toque la lotería, esa que no juego jamás, ya entraré.

En una hora, si no hay retraso, sale mi vuelo. Creo que estoy en la última fila. A ver si me dejan marcharme y no me tocan más los cojones.

Puta ciudad, la amo y la odio como me amo y me odio a mí mismo.

Gasto: un año de vida.

Gasto Acumulado: arrugas y corteza invisibles. Creo que soy un gnomo y empiezo a notar los primeros síntomas de la metamorfosis arbórea.

Escuchando: puto francés. Puto francés por la megafonía de la terminal que me taladra los oídos.

Conclusión final: Las parisinas están todas buenas, me voy a hacer socio del Instituto Francés en Madrid a ver si me ligo a alguna. Y si es fisioterapeuta y le gusta Sinatra podré darme por satisfecho.


P.D: Esto lo escribo ahora, día 9. Al final mi avión salió, después de creer que no lo haría. Casi a las once de la noche. Llegué al filo de las dos de la mañana a mi casa. Hoy, dos días después sigo afónico, con tos y hecho un jodido trapo. Como siempre.